Esa mañana del 15 de febrero de 1985, sentía todo mi cuerpo se estremecía. Ya estando en la puerta de entrada las enfermeras me vieron. Eran las siete y media de la mañana. En instantes corrieron hacia mí. Ellas ya sabían que iba a ocurrir en adelante. Yo, por lo pronto, intentaba guardar la calma, al tiempo que respiraba profundamente. Ellas hablaban entre sí. Después de unos minutos interminables me llevaron a una habitación y me acostaron en una camilla.
Vengo de una familia numerosa. Nueve hermanos en total, cuatro mujeres, cuatro varones, y un niño más que murió a los pocos meses de nacido. Cada uno con un año o dos de diferencia entre ellos. Julia Elvira –mi madre- y Dionisio –mi padre- sostenían la familia con mucho esfuerzo. La mitad de los muchachos aun está terminando el colegio; otros como Aura, Amanda, Elsa y Daniel ya están trabajando o terminaron sus estudios. Aura es la mayor de mis hermanas, es hija de Julia Elvira, pero no de Dionisio. Ella nació antes que la pareja se casara. Actualmente está casada y tiene un niño de 12 años que se llama Néstor.
Mi mamá siempre está pendiente de la casa, se dedica a cocinar y cuidar de todos nosotros. Aunque ya no somos tan pequeños, ella siempre tiene que estar pendiente para que no peleemos. Es algo complicado manejar una familia tan numerosa. Su esposo, mi padre, trabajaba en Corona. Él tenía que viajar a Madrid (Cundinamarca) todos los días para cumplir con su trabajo en la fábrica. Ya no trabaja en Corona, ahora labora en el depósito de cerveza. Sigue respondiendo por las cosas de la casa, aunque de vez en cuando se toma sus traguitos. Todos vivimos en una casa grande, ubicada cerca de la estación del ferrocarril en Fontibón. Los hombres comparten una habitación y las mujeres otra, dejándole una más a la pareja. En la casa también funciona el despacho de cerveza, que ocupa dos habitaciones y la sala.
Elsa es el mayor que yo, es la hermana con la que más comparte y en la que más encuentra apoyo. Elsa fue madre, 2 años atrás, de una pequeña niña a la que llamó Catalina. Elsa es blanca, igual que su hija, las dos tienen el cabello lacio y negro, además de tener pecas en la cara. Aura y Elsa son las únicas que ya formaron familia y tienen hijos, mientras que Amanda, Daniel, Javier, Raúl, Jhon y Nubia siguen siendo solteros.
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Nubia es una joven de 19 años, con cabello negro y ondulado, además de facciones de niña. Es la menor de las mujeres de la casa. No se da por vencida, aunque siente un fuerte rechazo por parte de Cristian. Él es un joven moreno, delgado, con ojos café oscuro; además de ser un muchacho rumbero, le teme a las responsabilidades. Está junto con Nubia cursando grado décimo en el Colegio Departamental "Costa Rica", ubicado en Fontibón. Ellos son novios hace tres años.
Cuando se enteraron del embarazo de Nubia no lo podían creer. Todos los hombres de la familia se sintieron ofendidos porque la más pequeña de las niñas resultó embarazada. Se armó una pequeña gran batalla en la casa. Nubia lloraba pero quería seguir adelante, no se sentía capaz de quitarle la vida a ese pequeño ser que llevaba en su vientre. Lo amaba profundamente.
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- ¿Alguna de ustedes es familiar de la paciente?
- Sí, señora, somos, hermanas.
- ¿Cuánto años tiene ella?
- Va a cumplir 19 en cuatro días.
- ¿Cuál es el nombre de la paciente?
- Nubia.
- Muchas gracias, si necesito más información les pregunto de nuevo.
Nosotras no hacíamos más que pensar en Nubia. ¿Cuánto tiempo estaría en aquel Centro de Higiene? La angustia nos carcomía. Estábamos tan pensativas por ella, por mi madre y por mi padre. Tenemos que llamarla, a mamá. Amanda me espera en la sala mientras yo llamo. Así que busco un teléfono público. Mi mamá contesta y yo le dijo:
- Mamá, habla Elsa. Llamaba para avisarle que estoy en el Centro de Higiene con Amanda y Nubia.
- ¿Qué pasó? ¿Quién está enferma?
- Nubia está en trabajo de parto.
- ¿En cuál Centro de Higiene? ¿En el de Fontibón?
- Sí, mamá, tranquila, todo está bien. Yo la llamo si pasa algo más.
No sabía que más decirle a esa mujer que nos había brindado tanto cariño y dedicación. Mi mamá debe estar preocupada en este momento. Por un instante me distraigo pensando en mi hija: Cata debe estar en el jardín jugando y riéndose. Pero vuelvo a la realidad cuando veo unos hombres vestidos de overol que pasan frente a mí. Me dirijo hacia la sala en dónde está Amanda. Ella también vio a los hombres de overol. En ese instante caemos en cuenta que el Centro de Higiene está siendo reparado y pintado, por lo que nos angustiamos e imaginamos que trasladarán a Nubia.
Tengo que irme para el trabajo. Amanda se queda esperando a que nazca el bebé. Intranquila pregunta por su hermana y el estado de ella, le dicen que está bien, que ya no pueden trasladarla a ningún lado y que están ubicando a un doctor rápidamente para que la atienda. Por lo pronto resta esperar en la sala, sentada en una silla y a la expectativa de alguna razón.
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Las enfermeras me dicen que llegué a tiempo y que ya es hora de alistarme para pasarme a la siguiente habitación, donde me atenderá el doctor. Me quitan toda la ropa y me ponen una bata encima. Me acuestan en una camilla que está helada, yo no puedo ver de qué está hecha. Siento mucho frío y tengo una luz intensa alumbrándome. De repente entra un hombre bastante enfadado, aun arreglándose la bata. Es un hombre de unos 37 años. Me dice con dulzura que no y tenga miedo y que pronto pasará todo, que respire profundo. Alistan los instrumentos y comienza la función.
Mi frente está sudorosa, el cansancio es consecuencia del esfuerzo realizado, unas lágrimas corren por mi rostro infantil, mi estómago se contrae, siento calambres que recorren mi cuerpo. La tensión de las enfermeras diciéndome qué tengo que hacer. De repente, suena un llanto. Al fin llega la calma, al tiempo que el médico toma a la pequeña niña entre sus brazos. Me la pone en el pecho. Es una niña morenita, preciosa, siento que la amo con todo mi corazón y que por ella haría lo que fuera. Una enfermera la retira de mi lado para limpiarla bien.
Luego de unos minutos me instalan en una habitación. Puedo ver que aparece en la puerta el rostro de mi hermana. Amanda entra y me pregunta cómo me siento. Yo le digo que bien. Me dice que mamá está en camino y que no demora en llegar. Pregunta por el bebé, ¿cómo es?, ¿qué es?, si ya lo puede ver. Contesto que es una pequeña niña, al tiempo que la enfermera la trae hacia mis brazos.
Cristian también está en camino trayéndome algo de ropa para mí y para la bebé. Ese mismo día me dieron de alta y me fui para donde mi suegra en dónde pasé 15 días. Después regresé a mi casa, pero mi papá ni siquiera miraba a la niña. Un día, cuando la bebé tenía como dos meses de nacida, comenzó a llorar y la única persona que había cerca era el abuelo. Él se acercó a mirarla para ver qué pasaba, y cuándo llegué lo único que me dijo fue "es hasta bonita la niña". Desde ese momento mi papá no se separa de ella y la consciente como a ninguno de sus otros nietos.